miércoles, 9 de enero de 2013

Esconjuraderos

LOS ESCONJURADEROS


  POR:   JESÚS GARCÍA Y JIMÉNEZ
       







L
os esconjuraderos (O esconjuranderos), palabra que proviene del aragonés esconchurar: conjurar, son un elemento arquitectónico característico de la cultura y tradiciones pirenaicas, con fuerte presencia en el pirineo aragonés. Los esconjuraderos son pequeñas construcciones o templetes que desde el siglo XVI al XVIII se construyeron específicamente para albergar rituales destinados a esconjurar o conjurar tormentas o tronadas, las plagas y otros peligros que amenazaban a las cosechas.
Son de geometría simple y precisa, con arquitectura sobria y fría, escasísimos elementos decorativos y confeccionados con materiales comunes (mampostería, piedra tosca para vanos y cubiertas, losa de piedra o teja árabe). Las paredes pueden alojar vanos de diferentes tamaños, generalmente arco de medio punto. El suelo se unifica con lajas de piedra, ladrillo o cantos rodados, mientras que la cubierta se realiza mediante bóveda esquifada, semiesférica o falsa cúpula.

Suponen una importante muestra y testigo de la cultura pirenaica. La sociedad montañesa atendía los aspectos de la climatología con la misma superstición y prácticas que en otros aspectos de la vida cotidiana. Los esconjuraderos configuraban un espacio importante desde el cual el sacerdote y la población invocaba para desviar o deshacer las tormentas o tronadas que pudiesen malograr los campos y cosechas. Es por ello que éstas edificaciones se localicen en puntos donde existe una amplia panorámica del horizonte.
Los rituales destinados a esconjurar tormentas y plagas se enmarcan dentro de las creencias y prácticas de una sociedad que creía firmemente en que los rituales mágicos-religiosos eran la única arma con la que contaban para poder controlar el efecto devastador de la naturaleza sobre su vida. Una sociedad rural con grandes dificultades para el cultivo (escasez de agua o escasez de tierra; orografía abrupta, dificultades técnicas…) era sumamente sensible a los fenómenos naturales cíclicos como las sequías, los pedriscos estivales o las tormentas.
Por eso no es raro comprobar que en la vida cotidiana tradicional pirenaica existía gran número de rituales relacionados con la protección de las casas, las personas, los campos, los animales,... [Como por ejemplo los espantabrujas en las chamineras (chimeneas tradicionales) o los cardos y patas de animales en las puertas de las casas].

En muchos lugares de nuestra geografía peninsular, este rito lo llevaba a cabo algún paisano/a de su localidad tocando las campanas, rezando mientras oraciones a Santa Barbara, con el fin de espantar los nublos, pero fuera de estos templetes inexistentes en esos lugares, y ausencia del presbítero local.
Como tantas otras tradiciones de origen pagano, este intento de control de la naturaleza que el ser humano realizaba desde tiempos ancestrales fue cristianizado por la Iglesia, pasando a formar parte de la liturgia católica. En ese contexto se enmarcan los rituales para esconjurar. Según algunos autores, desde comienzo del siglo XVI están documentados los esconjuros realizados en los pórticos, ventanas o campanarios de los templos. Las referencias a estos rituales salpican la provincia de Huesca y no parece raro que se crearan diversos templetes destinados específicamente a ese fin.


Si bien la misión prioritaria de estos rituales fue probablemente el ahuyentar las tormentas o tronadas y proteger los campos de los devastadores efectos de rayos y pedrisco, también está documentada su misión como ahuyentador de plagas y animales nocivos. Además, en la Edad Media existía la creencia generalizada de que existían personas con poderes especiales capaces de realizar encantamientos que provocaran tempestades y huracanes. De hecho, la Iglesia admitía que podía haber seres humanos, como profetas, que con sus plegarias pudiesen conseguir la lluvia o hacer que cayese fuego o granizo. También permitía la realización de misas para obtener la lluvia o para conjurar calamidades naturales. Es decir, existía la creencia común de que ciertas personas podían manipular las fuerzas de la naturaleza, en un sentido positivo para el ser humano, o en contra del mismo. Por tanto se comprende que en muchos casos los vecinos pensasen que la tormenta que había arruinado sus cosechas había sido originada por las artes de alguna bruja u otro agente mágico.
Se trata de un elemento predominantemente presente en el pirineo aragonés, aunque existen también ejemplares en Lérida, Gerona y la vertiente francesa, fruto de una cultura tradicional pirenaica con numerosas características comunes. En Aragón, los esconjuraderos se ubican en la zona septentrional del territorio, en el Prepirineo y Pirineo. En la actualidad, los esconjuraderos conocidos se localizan especialmente en la comarca de Sobrarbe, aunque existen también ejemplares en la Hoya de Huesca, el Somontano de Barbastro y la Jacetania, existiendo la posibilidad de que estudios futuros identifiquen en Aragón otros ejemplares que hayan pasado desconocidos o desapercibidos hasta el momento. En las vecinas provincias de Lérida y Gerona existe la figura del comunidor como elemento arquitectónico con funciones similares a los esconjuraderos aragoneses.
Lo que es cierto que desde el sitio estratégico de dichas construcciones hogaño el viajero puede contemplar  los bellos paisajes que rodean el entorno
En cuanto por lontananza se divisaban negros nubarrones que pudieran traer tormenta, el pueblo entero con el párroco a la cabeza se protegían en el esconjuradero y desde allí comenzaban a conjurar a la tormenta para que alejara de ellos el temido granizo que arruinaría sus cosechas.

El rito no era muy complicado. Unas plegarias a Santa Barbara protectora de las tormentas, una rociada de agua bendita por parte del cura y un conjuro en forma de palabras mágicas, que había que tocar todos los palos posibles para evitar que el cielo cayera sobre sus cabezas.
La fórmula más usada o al menos de la que se tiene constancia decía:
“Boiretas en San Bizien y Labuerda: no apedregaráz cuando lleguéz t’Araguás: ¡zi! ¡zas!”
Supongo que el el zi-zas último iba acompañado de sendos y enérgicos meneos con el hisopo (palito) del agua bendita.
¿Y qué hacía el cura celebrando y apoyando un ritual con cierto tufillo a pagano? Se estarán preguntando ustedes.  Pues aunque efectivamente los orígenes de los esconjuraderos se pierden en el tiempo y se creen anteriores al cristianismo, era una costumbre tan arraigada por la zona que es de suponer que  la Iglesia decidió usar la táctica que tan buenos resultados le ha dado siempre; Si no puedes eliminarlo, hazlo tuyo.
Y de este modo tenemos a un cura católico dirigiendo una ceremonia pagana.
Fotografías: internet Ilustración: Regino Pinilla



3 comentarios:

  1. Interesante artículo Jesús, un ejemplo más de la riqueza patrimonial de nuestro territorio plagado de historia. Gracias por ilustrarnos.

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  2. Ciertamente nuestro patrimonio rural se antoja a veces tan curioso como interesante
    Ignacio

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  3. Gracias por vuestros comentarios, es nuestra intención seguir rescatando patrimonio de nuestro suelo y difundirlo, para de algún modo engrosar nuestra bolsa de conocimientos
    Saludos cordiales
    Jesús García y Jiménez

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