LOS ESCONJURADEROS
POR: JESÚS GARCÍA Y JIMÉNEZ
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os esconjuraderos (O esconjuranderos), palabra que proviene del aragonés
esconchurar: conjurar, son un elemento arquitectónico característico de la
cultura y tradiciones pirenaicas, con fuerte presencia en el pirineo aragonés.
Los esconjuraderos son pequeñas construcciones o templetes que desde el siglo
XVI al XVIII se construyeron específicamente para albergar rituales destinados
a esconjurar o conjurar tormentas o tronadas, las plagas y otros peligros que
amenazaban a las cosechas.
Son de geometría simple y precisa, con arquitectura sobria y fría,
escasísimos elementos decorativos y confeccionados con materiales comunes
(mampostería, piedra tosca para vanos y cubiertas, losa de piedra o teja
árabe). Las paredes pueden alojar vanos de diferentes tamaños, generalmente
arco de medio punto. El suelo se unifica con lajas de piedra, ladrillo o cantos
rodados, mientras que la cubierta se realiza mediante bóveda esquifada,
semiesférica o falsa cúpula.
Suponen una importante muestra y testigo de la cultura
pirenaica. La sociedad montañesa atendía los aspectos de la climatología con la
misma superstición y prácticas que en otros aspectos de la vida cotidiana. Los
esconjuraderos configuraban un espacio importante desde el cual el sacerdote y
la población invocaba para desviar o deshacer las tormentas o tronadas que
pudiesen malograr los campos y cosechas. Es por ello que éstas edificaciones se
localicen en puntos donde existe una amplia panorámica del horizonte.
Los rituales destinados a esconjurar tormentas y plagas se enmarcan dentro
de las creencias y prácticas de una sociedad que creía firmemente en que los
rituales mágicos-religiosos eran la única arma con la que contaban para poder
controlar el efecto devastador de la naturaleza sobre su vida. Una sociedad
rural con grandes dificultades para el cultivo (escasez de agua o escasez de
tierra; orografía abrupta, dificultades técnicas…) era sumamente sensible a los
fenómenos naturales cíclicos como las sequías, los pedriscos estivales o las
tormentas.
Por eso no es raro comprobar que en la vida cotidiana tradicional pirenaica
existía gran número de rituales relacionados con la protección de las casas,
las personas, los campos, los animales,... [Como por ejemplo los espantabrujas
en las chamineras (chimeneas tradicionales) o los cardos y patas de animales en
las puertas de las casas].
En muchos lugares de nuestra geografía peninsular, este rito lo llevaba a
cabo algún paisano/a de su localidad tocando las campanas, rezando mientras
oraciones a Santa Barbara, con el fin de espantar los nublos, pero fuera de
estos templetes inexistentes en esos lugares, y ausencia del presbítero local.
Como tantas otras tradiciones de origen pagano, este intento de control de
la naturaleza que el ser humano realizaba desde tiempos ancestrales fue
cristianizado por la Iglesia, pasando a formar parte de la liturgia católica.
En ese contexto se enmarcan los rituales para esconjurar. Según algunos
autores, desde comienzo del siglo XVI están documentados los esconjuros
realizados en los pórticos, ventanas o campanarios de los templos. Las
referencias a estos rituales salpican la provincia de Huesca y no parece raro
que se crearan diversos templetes destinados específicamente a ese fin.
Si bien la misión prioritaria de estos rituales fue probablemente el
ahuyentar las tormentas o tronadas y proteger los campos de los devastadores
efectos de rayos y pedrisco, también está documentada su misión como
ahuyentador de plagas y animales nocivos. Además, en la Edad Media existía la
creencia generalizada de que existían personas con poderes especiales capaces
de realizar encantamientos que provocaran tempestades y huracanes. De hecho, la
Iglesia admitía que podía haber seres humanos, como profetas, que con sus
plegarias pudiesen conseguir la lluvia o hacer que cayese fuego o granizo.
También permitía la realización de misas para obtener la lluvia o para conjurar
calamidades naturales. Es decir, existía la creencia común de que ciertas
personas podían manipular las fuerzas de la naturaleza, en un sentido positivo
para el ser humano, o en contra del mismo. Por tanto se comprende que en muchos
casos los vecinos pensasen que la tormenta que había arruinado sus cosechas
había sido originada por las artes de alguna bruja u otro agente mágico.
Se trata de un elemento predominantemente presente en el pirineo aragonés,
aunque existen también ejemplares en Lérida, Gerona y la vertiente francesa,
fruto de una cultura tradicional pirenaica con numerosas características
comunes. En Aragón, los esconjuraderos se ubican en la zona septentrional del
territorio, en el Prepirineo y Pirineo. En la actualidad, los esconjuraderos
conocidos se localizan especialmente en la comarca de Sobrarbe, aunque existen
también ejemplares en la Hoya de Huesca, el Somontano de Barbastro y la
Jacetania, existiendo la posibilidad de que estudios futuros identifiquen en
Aragón otros ejemplares que hayan pasado desconocidos o desapercibidos hasta el
momento. En las vecinas provincias de Lérida y Gerona existe la figura del comunidor como elemento arquitectónico
con funciones similares a los esconjuraderos aragoneses.
Lo que es cierto que desde el sitio estratégico de dichas construcciones
hogaño el viajero puede contemplar los bellos paisajes que rodean el entorno
En cuanto por lontananza se divisaban negros nubarrones que pudieran traer
tormenta, el pueblo entero con el párroco a la cabeza se protegían en el
esconjuradero y desde allí comenzaban a conjurar a la tormenta para que alejara
de ellos el temido granizo que arruinaría sus cosechas.
El rito no era muy complicado. Unas plegarias a Santa Barbara protectora de
las tormentas, una rociada de agua bendita por parte del cura y un conjuro en
forma de palabras mágicas, que había que tocar todos los palos posibles para
evitar que el cielo cayera sobre sus cabezas.
La fórmula más usada o al menos de la que se tiene constancia decía:
“Boiretas en San
Bizien y Labuerda: no apedregaráz cuando lleguéz t’Araguás: ¡zi! ¡zas!”
Supongo que el el zi-zas último iba acompañado de sendos y enérgicos meneos
con el hisopo (palito) del agua bendita.
¿Y qué hacía el cura celebrando y apoyando un ritual con cierto tufillo a
pagano? Se estarán preguntando ustedes.
Pues aunque efectivamente los orígenes de los esconjuraderos se pierden
en el tiempo y se creen anteriores al cristianismo, era una costumbre tan
arraigada por la zona que es de suponer que
la Iglesia decidió usar la táctica que tan buenos resultados le ha dado
siempre; Si no puedes eliminarlo, hazlo tuyo.
Y de este modo tenemos a un cura católico dirigiendo una ceremonia pagana.
Fotografías: internet
Ilustración: Regino Pinilla
Interesante artículo Jesús, un ejemplo más de la riqueza patrimonial de nuestro territorio plagado de historia. Gracias por ilustrarnos.
ResponderEliminarCiertamente nuestro patrimonio rural se antoja a veces tan curioso como interesante
ResponderEliminarIgnacio
Gracias por vuestros comentarios, es nuestra intención seguir rescatando patrimonio de nuestro suelo y difundirlo, para de algún modo engrosar nuestra bolsa de conocimientos
ResponderEliminarSaludos cordiales
Jesús García y Jiménez