jueves, 27 de noviembre de 2014

Pongamos que hablo de Madrid

Pongamos que hablo de Madrid
Jesús García y Jiménez


Cuando creemos saber todo, cuando esta errónea percepción nos acerca al mayor de los absurdos al 
proclamar con falsa modestia que somos conocedores de una ciudad obviando su historia, acabaremos por darnos cuenta que esta historia, ¿y porque no sus chascarrillos gratuitos?, ha sido necesaria para percibir cualquier urbe tal y como la vislumbramos en el presente.

Del mismo modo que no es igual visitar un museo sin guía como al contrario hacerlo acompañado de alguien cuya erudición nos pueda explicar sus piezas expuestas, no es tampoco lo mismo pasear por una ciudad,  cualquiera que sea y por poca importancia que se le quiera dar, cuando alguien enamorado de ella nos la transmite con su historia y sus misterios.

Nuestras vías son fugaces, una capa infinitesimal añadida a la montaña de vidas ciudadanas que nos han precedido, pues mientras nosotros pasamos y la ciudad permanece siempre acumulando nuevos relatos. Igualmente existe un ingente aluvión de libros que de forma entretenida alejada de academicismos nos explican, nos narran, todo aquello que permanece oculto y silencioso, que ocurrió en alguna ocasión cayendo en el olvido cotidiano, y que por arte de magia hace que la ciudad cobre nuevas, y a veces, e inopinadas dimensiones.

PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID

 De Madrid, al que Mesonero Romanos, Blanco Tobío o el inclusive controvertido Premio Nobel, C.J Cela, tildaron en su momento de Poblachón Manchego, guarda kilométricas páginas sobre las que muchos grandes y pequeños escritores vertieron en sus crónicas y leyendas ríos de tinta para guardar el recuerdo de su esencia, sus gentes, tradiciones y su historia; una historia capitalina que se percibe a flor de piel en sus rincones, calles, monumentos y todo aquello que engloba la esencia del patrimonio de por el que se conoce el Viejo Madrid.

La personalidad cambiante de sus barrios, recorrer desde Chamberí a Malasaña, de Puerta del Sol a Chueca, de Atocha a Lavapiés, el Rastro, y el cogollo de la Plaza de la Villa que preside la esbelta torre de los Lujanes, frente al edificio que hasta no hace muchos años albergó al Ayuntamiento de la Villa y Corte… allí en el nudo conocido como Madrid de los Austrias todo se muda diferente con una personalidad definida, una historia pretérita grabada en sus muros que a pesar de cambios urbanísticos permanece fiel a su historia, sus secretos mejor guardados. Cafés de tertulia, aunque sobreviven pocos, la historia se encarga de recordarnos su extinta ubicación y los personajes reunidos en torno a sus mesas de mármol coronadas por una redoma de agua del Lozoya. Leyendas de la Calle del Desengaño, de la Cabeza… donde lo tétrico ronda con lo macabro. La estatua del Retiro, la que se dice única en una capital del Mundo, como la erigida al diablo con el nombre del Angel Caído y para mayor “coincidencia”  a 666 metros sobre el nivel del mar.

La Plaza Mayor, antigua Plaza del Arrabal, de la que dicen que se construyó solo en dos meses y… sobre una laguna, la llamada Laguna de Luján una vez desecada, vaya usted a saber que más nos cuenta la historia, o la leyenda, aunque verdades las hubo como los autos de fe que tuvieron aquel escenario donde mandaron a lo hoguera a infieles sambenitados, o reos ilustres que colgaron de la soga en el patíbulo, claro está antes de colocar la estatua ecuestre de Felipe III, Tres graves incendios sufrió esta plaza que tanto rivalizó con la Puerta del Sol, más conocida por los bocadillos de calamares que por la famosa y cacareada frase del relaxin cup…. La plaza de la Cruz Verde, a espaldas de Callao, donde partían las comitivas de la Inquisición.  La Calle Desengaño, ya citada, trotadero de busconas que miran sin importancia el rotulo de azulejos de esa calle, cuyo nombre surge de una leyenda de hace 500 años cuando unos espadachines pendencieros quitaron el velo a una cierta dama… cuyo gran desengaño fue ver un rostro momificado. O de aquella macabra cabeza cortada cuya, también citada, leyenda da nombre a una calle del barrio de Lavapiés. La simple atracción de espejos cóncavos y convexos del famoso Callejón del Gato (Álvarez Gato), Panteón de Hombres Ilustres, tan desconocido y que se alberga anexo al claustro de los dominicos en Atocha.

La placa del kilómetro 0 en la Puerta del Sol, colocada en la primera mitad de 1950, lugar inconfundible para la primera cita o su alternativo del indultado luminoso de Tío Pepe, que ahora goza de titulo al declararse Bien de Interés cultural… como suena. Un templo egipcio, Debod, que vino de oriente a asentarse en el espacio que ocupó el Cuartel de la Montaña y erigirse en el monumento más antiguo de Madrid. La historia de un bandolero, el célebre Luis Candelas, la rememora una tasca de la calle Cuchilleros al pie del arco de mismo nombre, unos pasos más allá Botín que presume no solo de ser el restaurante más antiguo de España, pues figura en el Libro Guinness de los Records como el más antiguo del mundo. El edificio de Telefónica, edificado en 1929 siendo el más alto de Madrid hasta 1953 que otro importante edificio le robó tal dignidad, y no solo fue ese latrocinio, casi 50 años más tarde su presidente Juan Villalonga le sustrajo la tilde al logo, dejándole ortográficamente incompleto.
Un gran privilegio contar con la catedral más moderna de España y posiblemente del mundo, la cual rivalizó su tiempo de construcción, o acaso superó al Monasterio del Escorial, sita frente al Palacio de Oriente, que desde Carlos III ocupa el sitio que dejó vacante el antiguo Alcázar que ardió en la Nochebuena de 1934. Es la residencia real, a pesar de que los Reyes no habitan en él. Patrimonio religioso más abundante de lo que se piensa, hasta unas ruinas románicas en el Retiro, y la cantidad de de iglesias, conventos y patrimonio similar que cayó bajo la piqueta de los nuevos tiempos para dar paso a principios del Siglo XX a la Gran Vía, que supuso, incluyendo los edificios citados, la demolición de casi trescientas casas, quince calles desaparecidas, nueve mil metros de aceras levantadas, veintinueve mil metros de adoquines; en total se necesitaron más de cuarenta años para terminar los 1306 metros de su trayecto. 

Y como no, la joya de la corona que vertebra Madrid, con sus históricos puentes, es aquel llamado aprendiz de río por Quevedo, mientras Tirso de Molina hablaba de él de esta manera  «Como Alcalá y Salamanca tenéis, y no sois colegio, vacaciones en verano y curso sólo en invierno». Ellos quizás solo conocieron un viejo Manzanares agotado y cansado en su paso por Madrid. Pero la historia no se queda en el pasado: si la “cosa” más antigua que Madrid, descartando el templo egipcio, son como reseña las ruinas de la muralla del siglo IX, su interés llega a temas contemporáneos, como son las cuatro torres del Business Área, la famosa línea del cielo.


Tras un recorrido a la pata-coja por la capital, que trece siglos la contemplan, ahora nos queda una pregunta ¿Existe alguien que conozca Madrid? Si el centro lo tiene trillado puede continuar con los barrios periféricos que algo más encontrará. Garantizado. 

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