DE FRUMALES A FUENTEPIÑEL.
Por APULEYO SOTO
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e Frumales a Fuentepiñel y viceversa. El camino se lo tienen bien andado los cacos, aunque sea de noche, con esas luciérnagas que son las linternas de mano fraudulenta y los faros de los coches todoterreno. Llegaron, desvalijaron las pobres casas solariegas y salieron pitando o a la chita callando. Sus habitantes dormían o estaban a la luna de Madrid, de Valladolid, del País Vasco o del País Catalán por mor de la emigración. No quedan más que viejos sin asilo en la Segovia profunda del Norte y el Nordeste rural. Hasta la guardia civil caminera ha desertado de muchos de esos pueblos. ¿Por qué, si fue creada para ellos? Tierras dejadas de la mano de papá Gobierno. Ancha es Castilla, a mantenerla más saqueada que nunca, cuando era el granero mesetario y ahora intenta ser, con menos brazos laborales, campo de achicorias, coles y girasoles, establo de porcinos y gallinópolis de huevos de oro para la exportación. ¿Verdad que sí, Silvia? Sé Clemente. Anda, ve y socórrela, que tú sabes cómo.
Corre –corría- por ese valle humoso y fértil el arroyo Cerquilla de Fuentepiñel a Frumales y Cuéllar, cuando no se paraba en Cozuelos, Potricos o Lovingos, y está –estaba- poblado de cangrejos, ranas y pececillos, alimentos entrañables. ¿Qué pasa ahora, que no pasa el agua, pero pasan otras cosas que me da rubor nombrar? Que me las cuente el Cronista-Historiador Juan Cuéllar, tan volcado en el resurgimiento de estos humedales transitorios, en los que tantas pulmonías se cogieron por sobrevivir. Los ríos, ya se sabe, nos llevan a todo lo bueno y a todo lo malo también, ¡malditos cacos de la pobreza ambiente, qué tontos sois!
¿Para qué el trasvase de las fuentes tibias de Fuentidueña que inenarrables dolores causaron a sus dueños de la Villa comunitaria más hermosa y derruida que jamás se vio? Para que despojen unos desaprensivos en una noche furtiva sus miles de dineros invertidos en cañerías acueductas. No puede ser, no se debe tolerar.
Señor Presidente de la Diputación segoviana: ahí le quiero ver. Y no se me esconda ni mire para otra parte. Mis vecinos no claman al cielo, claman a usted. ¿Me oye? ¿Les ha oído a ellos? Pues manos a la obra de recuperación, para restablecer la armonía. Nada más que eso, pero menos tampoco, don Francisco Vázquez.
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