TERRESTRE CARNE DE MUJER.
Por Apuleyo Soto
Si Rubén Darío alzó a celeste la carne de la mujer, yo, con su permiso, la rebajo a terrestre, que es lo suyo. Nada más terrestre, sensual, germinativo y nutritivo que la madre de todos nosotros, hijos de la Eva universal.
Los poetas se han deshecho en alabanzas románticas a su hermosura y compostura, y, al sublimarla, sin quererlo, la han dejado aparte y por encima –o debajo- de la naturaleza pecadora, con lo que la han eximido hasta hace poco de su función progresista en la sociedad.
Por fin ocupan las mujeres el sitio que les correspondía desde siempre, como ejecutivas, como impulsadoras y compañeras iguales de los hombres en el progreso de la humanidad. Son ingenieras, mecánicas, maestras, agricultoras, historiadoras, escritoras, médicas, veterinarias, arquitectas, biólogas…Y no sólo telefonistas, secretarias, señoras de la limpieza, artistas de cine y teatro o iconos de las pasarelas de la belleza andante. ¡Bienvenidas al gran espectáculo del mundo laboral, cuando hay tanto que hacer y compartir, para levantar el país de la postración de los valores económicos, sociales y culturales! Resultan imprescindibles, como las tres gracias clásicas: Aglaya (inteligencia), Eufrósine (alegría), Talía (representación). A ello.
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