domingo, 15 de abril de 2012

El fin de la Tierra

El fin de la Tierra

José Antonio González Pereira – Glorioso Mester



Costa de la Muerte… Costa da Morte.  Hay que pronunciarla, al menos por primera vez, su nombre en gallego, si queremos que esas dos palabras conserven toda su rotunda resonancia.  Y fatal belleza. Magia, terror, encanto, misterio. Suenan como el eco del sonido de una piedra lanzada contra el fondo oscuro e imprevisible de una caverna, en la que podemos imaginarnos la existencia de polifemos y animales monstruosos de tesoros perdidos o paraísos soñados.

Costa da Morte, Costa de la Muerte. Justifican su nombre los innumerables náufragos que, desde que el hombre navega el Atlántico y en una zona de intenso tráfico marítimo, han presenciado sus aguas, en los bajíos próximos a sus acantilados o a sus playas inmensas y solitarias. Pero no solo mueren allí sus barcos. Muere también cada día el Sol, y es al norte de Fisterra y al sur de Muxía, en el Cabo Touriñán  donde contemplamos el atardecer más largo de Europa. Una creencia que aparece ya documentada en la antigüedad clásica, y que en nuestra memoria colectiva evoca la imagen de una tierra remota en la que termina el mundo y comienza el “mar tenebroso”. Por el mar llegó Noé, que daría su nombre a Noya, y el cuerpo del Apóstol Santiago, y la Señora, e incluso en Santo Cristo de Fisterra, Santo da barba dourada.

Cualquier texto de geografía gallega nos explicará que Costa da Morte o Arco de Fisterra para los expertos, abarca el litoral atlántico comprendido entre los cabos de San Adrián, al norte, y el de Finisterre, al sur.

Por la ruta más corta, los separan menos de cien kilómetros, pero serían más de trescientos si esa ruta bordease el litoral. Entre ambos extremos, Finisterre en el municipio de Cee, y San Adrián, en el de Malpica de Bergantiños, son de alguna forma tributarios de la costa hasta un centenar de núcleos urbanos y rurales, entre los que sobresalen por su importancia los de Corme, Ponteceso, Cavana, Laxe, Camariñas o Muxía. Importante por su producción pesquera, que normalmente su consumo se queda en el litoral, y con un atractivo creciente como meta de las nuevas rutas turísticas.

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