VERANEARIO 2012 (XVIII)
Por Apuleyo Soto
VEGAFRÍA. ¿Quieres
acompañarnos a cantar en Vegafría?, me dice Quini de la Morena, soprano de la
coral Camerata de El Molar (Madrid), porque sabe que soy de Cozuelos. Con mucho
gusto, le respondo. Cantamos en la iglesia de Santa María Magdalena, visitamos
la ermita del Cristo del Humilladero, damos una vuelta por la hondonada, que es
la línea divisoria de las cuencas del Cega y el Duratón llena de manantiales, y
nos juntamos con el pueblo para saborear una paella, con la que nos agradece y
paga el cante. ¿No es hermoso que una aldea de treinta habitantes –en verano se
triplica la población- goce con la música lírica y castiza de las Zarzuelas? El
gigantesco moral de la plaza con cuyas moras nos tintábamos la cara los niños
en las Fiestas de Agosto ya no está, pero sorprende a los coralistas la
limpieza de las calles y la generosa atención de los vecinos. En Vegafría sigue
manando el agua, y ha dado un escritor como la copa de un pino: Alberto Olmos,
que en ella se refugia y en ella, por la milagrosa tecnología digital, tiene el
mundo a su alcance.
FUENTIDUEÑA. De Vegafría,
por Fuentesaúco y Calabazas, arribamos a la Villa de Fuentidueña. La bajada por
la cuesta de las mil revueltas que parcheaban a pico y pala mis tíos Juanito e
Hipólito, les alucina al contemplar enfrente las ruinas del castillo en que
Alfonso VIII firmara su testamento, los restos de las murallas de mampostería
con sus tres arcos bien conservados, las olvidadas bodegas asomándose en el
balcón del risco calvero, ya sin vino que beber, la iglesia de San Miguel, románico
puro, el hospital de la Magdalena construido por Doña Mencía viuda del Señor de
la villa Don Álvaro de Luna, el Pico de San Blas, y la vega del Duratón
ensanchándose arbolada. Tomamos unos pinchos en el chiringuito “Rufino”, junto
al puente de los siete ojos, y nos bañamos en el pantano de Las Vencías, casi
allí mismo. Al regreso a Guadalix nos salen al encuentro, o los atravesamos
desviándonos unos kilómetros, San Miguel de Bernuy, Cobos de Fuentidueña,
Carrascal del Río, Sepúlveda, Castilnovo, Villafranca, Duruelo, Cerezo de
Abajo… Volveremos. A los encantadores pueblos segovianos siempre hay que
volver.
Precisamente en
Fuentesaúco se nos quedó hasta la madrugada, entre pitanza y baile, el sauqueño
Manolo con su “caravana de mujeres”, extranjeras y nativas, a las que el poeta trae
y lleva de un sitio a otro en búsqueda y recuperación del asentamiento rural de
la zona, aventado por la emigración de los cincuenta-ochenta. (Por cierto, este
Fuentesaúco nuestro no es el de los garbanzos de Zamora, que más se conoce, pero
también los cultiva. Quise hermanarlos y aún no he tenido respuesta de sus
alcaldesas). Sigue, Manolo, en tu lucha simpática, folclórica y procreadora de
segovianitos.
CHATÚN Y ZARZUELA DEL
PINAR. Como el tiempo no es un chicle que se alargue a placer de cada cual,
sino que está marcado por el implacable reloj de las horas, que cantara Alberto
Cortez, me quedo sin ver y abrazar al poeta labrador, pastor y resinador de
Hontalbilla
que veranea en Chatún, al lado de Cuéllar, mi admiradísimo
Saturnino Muñoz Garrido y a mi querido Félix Calvo, nacido en Zarzuela del
Pinar y hoy, y ya por varias elecciones de los socios, Presidente del Centro-Hogar
de Castilla y León en Barcelona, al que pregonaré las Fiestas de Santa Teresa
el 20 de octubre en la Ciudad Condal. Otra vez será. Porque lo va a ser. Lo
juro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario