TOLEDO: IMPERIAL Y UNIVERSAL
Por José
Antonio Gonzalez Pereira
Glorioso
Mester.
S
|
in lugar a
dudas, dentro del panorama del turismo cultural, Toledo al igual que muchas
ciudades europeas y del mundo mundial, no necesita ningún tipo de promoción
para ser visitada. Solo hablar de Toledo evoca mucho más que esa ciudad de
espadas y mazapán por donde pululan a sus anchas los japoneses en grupo
precedidos de su guía que les abre paso con su paraguas en alto plegado o
banderita para no escabullirse entre las multitudes que se agolpan en sus
principales y estrechas calles y monumentos.
Si algo transciende
los muros de esta ciudad, en cuanto
a su población se refiere, es el hecho de ser unos BOLOS. Este
adjetivo, tal y como es usado en Toledo presenta más connotaciones cariñosas
que agravativas. Un toledano nunca usaría para insultar el término bolo. Así,
expresiones como, “si bolo, “no bolo”, “anda bolo”, “tontolbolo”, o “que bolo
eres” forman parte del léxico toledano,
a modo de seña de identidad local.
Más
retorcido que el extraño uso que de bolo hacen los toledanos es su origen.
Tanto que aún hoy sigue siendo un reto para los etimologistas. Son varias las
versiones que explican el origen del término, y todas con el mismo grado de
indemostrabilidad.
La más antigua data del siglo VI,
concretamente el año 589. En este año se celebró el III Concilio de Toledo,
en él el rey Recaredo abjuró públicamente del arrianismo para reconocer a la
iglesia católica. Al tomar juramento al rey, se le formuló una pregunta que era
algo así como “Queréis abrazar la verdadera fe católica, etc.”. La respuesta
del Rey fue: “Ego volo” (= sí, quiero).
La
explicación más aceptada sitúa el origen del término en el siglo XIV. De aquella época fue el
arzobispo de Toledo Gil Álvarez de Albornoz, quien fundó el Real Colegio Mayor de San Clemente de los Españoles en Bolonia,
Italia. Por el fuerte vínculo de su fundador con la ciudad, fueron muchos los
Toledanos que cursaron allí sus estudios. A los que volvían a Toledo
licenciados de Bolonia se les empezó a llamar Bolos.
Pero no
quedan ahí las versiones. Puede que tenga un origen vasco.
Ya que la industria armera de Toledo se
surtía de aceros que suministraba las acerías vascas. Las muestras de ese
producto eran unas bolas de acero al carbono
que en la jerga siderúrgica se denominaban “bolos”. Así, los vascos se referían
a Toledo como “la provincia de los bolos”. Pasando la asignación a sus
habitantes.
Incluso hay
quien apunta a que la denominación proviene de los cantos rodados o bolos
originados por la erosión del río Tajo.
Como veis
hay versiones para todos los gustos, ¿con cuál te quedas?
una ciudad única, mágica, incomparable, se mire como se mire. saludos, Miguel
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