APULEYO SOTO
Cada día que pasa la poesía está más en la calle, donde anduvo siempre trastabillando desde sus orígenes homéricos hasta el Romanticismo, en el que se impuso el yo lírico o íntimo sobre el yo narrativo épico, que es el representante de la comunidad social.
Los primeros poetas orales y gráficos recogían el sentir y el heroico hacer de sus más bravos hombres, y así transmitieron sus hazañas a la posteridad. Parece que ahora también les toca una oportunidad semejante en la que formalizar el mensaje hodierno –y eterno- a las generaciones venideras.
Felizmente, la poesía es la p. que mejor se deja seducir; se entrega desnuda al cantautor para que los pueblos sigan gozando de su belleza. No hay vida sublime sin creadores sublimes que la cuenten y nos inciten a su imitación. Éste es el momento.
De pura, nada; la poesía verdadera se impregna de terrosidad; se adhiere a las excrecencias cósmicas naturales, reside en el suelo aturullado de las manifestaciones públicas, se expande en el ambiente oficinesco lo mismo que en el ecológico rural; canta las coplas del barquero a aquel que las quiera oír.
Si antes se probaba con los clásicos (Manrique, Juan de la Cruz , Lope, Machado…), ahora se extiende la composición musical a los modernos, y el ejemplo vivo y ciudadano en nuestro país es Luis Alberto de Cuenca, que aúna clasicismo y ruptura, realidad y novedad, con poemas de la calle y de la vida, es decir, de la calle vivida en toda su extensión y profundidad, más que solo leída como una tableta jeroglífica, como una antigualla para uso y beneficio de anticuarios ensimismados.
No, la poesía no es sólo corazón, sino que se derrama por todas las vísceras del hombre y de la mujer, de las que nace y se alimenta, devolviéndose como un eructo volcánico quemador y sanador a la sociedad que la engendra.
Esto supuesto, os convido al recital de Luis Alberto de Cuenca en Caja Segovia (jueves 24, 19 horas), un juglar inspirado por las horas presentes, en las que nos ha caído la suerte de estar vivos.
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